miércoles, 2 de diciembre de 2009

«En mi barriga no, en mi corazón»



«Mamá, ¿tú también me llevaste en tu barriga?». «No, yo te llevé en mi corazón». La respuesta no pudo dejar más satisfecho al hijo mayor de María y Juan -nombres ficticios-, padres adoptivos de varios hermanos -el número exacto, la edad y el sexo se mantienen ocultos para preservar su anonimato- que vinieron a colmar su hogar de risas, rabietas, ilusiones, preocupaciones y juguetes. Hace tres años que nació de golpe esta familia numerosa, un embarazo múltiple que apenas duró dos días, desde un viernes en el que recibieron la llamada de Servicios Sociales hasta que el lunes ambos dijeron «sí». «Sí» a asumir la responsabilidad de cuidar y querer para siempre a unos niños que no partían de cero, con edades distintas, diferentes expectativas de adaptación, vagos recuerdos o experiencias imborrables.
Todo el lote en unos vástagos «deseados y muy queridos», dicen sus padres, dispuestos, aún hoy que todavía están en el periodo de acogimiento preadoptivo, a aumentar de nuevo la familia. El mayor lo está deseando, «le encantan los bebés», dice el padre; y el pequeño anda medio 'mosca' por si le arrebatan el trono de la casa, situaciones «normales» en una «familia normal», repiten hasta la saciedad, en la que los niños no vienen de París ni cuela el cuento de la semillita. «Nunca podrán decir de nosotros que les hemos mentido», cuenta la madre y, cuando preguntan, la respuesta es: «Iremos a buscar al bebé como hicimos con vosotros, pero esta vez todos juntos», y será de nuevo un hijo «del corazón».
Cada primavera, esta familia cántabra celebra su aniversario. «Fue un marzo lluvioso», cuentan, cuando los pequeños atravesaron por primera vez el umbral de su nueva casa procedentes de un centro de acogida. Antes de dar este paso hubo un breve encuentro, la 'fase de acoplamiento' le llaman, «les conocimos un par de horas y ya. A los 15 días estaban con nosotros», cuenta Juan. «Antes llamamos a nuestras madres, sus futuras abuelas, y nos dijeron 'si os veis capaces, adelante'. Las familias nos apoyaron muchísimo», añade María. La decisión cambió de forma radical la vida de la pareja: «Vivíamos solos con nuestros perros, los dos trabajábamos sin horario, y recibimos opiniones de todo tipo: que si varios hermanos era una locura, que si la adopción nacional es un error.». «¿Tú que votas? Yo sí», dijo María, «y yo», contestó Juan.
En esos quince días cambiaron la casa para adaptarla a sus nuevos inquilinos, compraron ropa para todos, buscaron colegio. Llega la hora de ir a buscarlos: «El mayor nos agarró de la mano y nos dijo 'vamos'. Vinieron las abuelas, '¿quiénes son?', preguntó, 'tus abuelas', y 'abuelas' las llamó desde el principio. Al momento decidió ser feliz», cuenta María.
No fue todo tan fácil. Otro más pequeño, tal vez el más sensible de los hermanos, tardó un poco más en aceptar a su nueva familia: «Tres semanas exactamente. Necesitaba sentirse seguro, saber dónde estaba», explica su madre, que advierte que a los niños les da igual lo bonita que sea una casa, lo que importa es que sea su casa, que no empieza a serlo hasta que no están sus garabatos y sus cromos favoritos por las paredes. Un buen día llamó a María y a Juan 'papá' y 'mamá' «y hasta hoy».
Y papá y mamá también asumieron sus nuevos roles, una más volcada en el cambio de pañales, otro en otros menesteres, «todo fue evolucionando de manera normal, para uno su mami es la reina de la casa, para otro su papá es Dios». Más tarde uno dijo: «mi mamá es muy lista y mi papá es muy fuerte», y tal vez el mes que viene la diosa sea María y el rey Juan, en un crecimiento progresivo en todas las partes, salpicado de momentos banales y trascendentes: «Es como si hubieran optado por olvidar su pasado, nunca hablan de ello ni hacen preguntas», y también los padres optaron no saber más «para no estar mediatizados».
Creen que es preciso que este tipo de situaciones se desdramaticen, que la sociedad deje de imaginar «historias de Dickens» en el pasado de los niños adoptados. En una ocasión que la familia pasaba cerca del orfanato, uno dijo: «esta calle no me gusta» y otro un día preguntó: «¿te acuerdas cuando era pequeño y tú no estabas?». «Te estaba esperando, hijo». Son respuestas fundamentales, «armas» que los pequeños necesitan para seguir construyendo su biografía, que goza de un prólogo fundamental: «los vínculos entre ellos.
Llama la atención lo unidos que están, al ser varios ha sido mucho más fácil», dicen, y juntos emprenden la aventura de crecer y superarán el trauma de la adolescencia, cuando tal vez en esta casa se escuche un «tú no eres mi madre» en los momentos rebeldes, igual que los hijos biológicos espetan a veces «pues no haberme tenido».
Son cábalas sobre un futuro imposible de imaginar sin sus hijos. Juan y María están convencidos de que muy pronto llegará la adopción definitiva. Critican la lentitud de la Justicia en casos tan importantes pero tampoco viven con el auto del juez en la cabeza. Día a día se valoran los progresos, se resuelven los problemas, se superan otros obstáculos de adaptación ajenos a la familia, que los hay, sobre todo en el colegio -en un sistema educativo que no prepara a los docentes ante estos casos- y entre los que desean saber demasiado.
Odian el «qué suerte han tenido» que alguno dice de sus hijos. «Se fijan en lo material, pero no entienden que ellos nos han dado mucho, muchísimo más a nosotros», dicen sus padres, por cierto, enormemente orgullosos de que éste «cada vez se parece más a su padre» y aquel otro «es igualito a mamá». Cosas de la convivencia, que ensambla las piezas de tal manera que María admite: «A veces me falta poco para pensar que los he parido yo».

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